Otro viaje a un destino poco frecuente: Taiwan. Apenas dos días sin tiempo más que para captar someramente el sabor del cuarto país en la región fuera de Europa que más he visitado en toda mi vida.
Taiwan está ubicado en la isla de Formosa (nombre puesto por los portugueses que estuvieron por allí), en ese mar que en cada lado del mismo se llama de una manera distinta. Una isla de unos 500 km de largo y unos 200 km de ancho, que tiene una cordillera que la atraviesa longitudinalmente con alturas de más de 3000 metros. Políticamente hablando, Taiwan es un lugar bastante particular debido a su relación con China. Ambos territorios consideran que son la auténtica China y que “los otros” no están siguiendo el camino correcto. No es una independencia al uso en el que se busca la separación, sino que ésta surgió en su momento fruto de una guerra civil que, en cierto modo, sigue abierta; y una unidad territorial que ambos aspiran a tener. Sobre todo, en el lado de China continental, hay mucha gente, además del gobierno, que aspira a que la isla de Formosa vuelva a ser China y que estaría más que dispuesta a alistarse para tal fin (sic).
Hasta hace unos pocos años no había vuelos directos entre China y Taiwan (de hecho, puedo confirmar que no todo el mundo en China sabe que ya existen dichos vuelos), y hoy en día están muy limitados tanto en cantidad como en compañías autorizadas para ello. Hablando de vuelos, imaginaos mi sorpresa cuando tras despertarme de maldormir en el vuelo de ida (desde Estambul), veo que estamos sobrevolando Vietnam (mucho más al Sur que cualquier ruta medio óptima que se os pueda ocurrir) para luego retomar dirección Noreste hacia Taiwan: parecía que estábamos evitando entrar en espacio aéreo chino… y así es: China no permite que sobrevuelen su territorio vuelos con destino Taiwan.
En cuanto a la única ciudad que he visto, Taipei, si te dejaran de repente allí, y no vieras los carteles en chino, podrías perfectamente pensar que estás en una gran ciudad japonesa o coreana. Es una ciudad moderna, pero que no pierde el encanto de las pequeñas calles (como Seúl o Tokio), y con gente prácticamente a todas horas por la calle. Quizás lo que más recuerda a China en sus calles es la alta cantidad de pequeñas motos que pueblan las calles y avenidas. Incluso en el habla, aunque es chino (o eso parece), de vez en cuando se oyen expresiones japonesas, como “Sumimasen” para decir “disculpe” que resulta un tanto chocante al oído no entrenado.
Turísticamente hablando, no tengo mucho que contar. En 2 noches que estuve en la ciudad no me dio tiempo más que a probar el sistema de bicis públicas (fácil y cómodo porque fui por una zona llana y por calles pequeñas sin nada de circulación, disfrutando una de las cosas que más me gustan de Asia: las calles tranquilas sin dejar de ser seguras) para ver el Taipei 101, otrora el edificio más alto del mundo y ahora relegado a un digno segundo lugar tras el Burj Khalifa de Dubai. El segundo día, tras una copiosa cena, me acerqué al Shilin Night Market, que tampoco me aportó mucho: un mercado callejero con mucha comida (que no probé), y muchas tiendecitas variadas. Y sobre todo, mucha gente.
En cambio, sí que pude observar algunas otras cosas curiosas en los trayectos entre el hotel y el lugar donde tenía las reuniones.
Todos los taxis (y por lo que me dijeron muchos coches privados también) tienen una cámara de vídeo cerca del retrovisor que además de registrar velocidades, graba el comportamiento del vehículo en un momento dado. Por lo que me contaron, esto es tanto para controlar el comportamiento de los conductores de servicios públicos, como para aclarar posibles discrepancias en caso de accidente, ya que las cámaras sirven para dilucidar el responsable del mismo. Esto no descarto verlo en Europa dentro de unos años promovido por las compañías aseguradoras.
La segunda curiosidad, también relacionada con la circulación es su sistema de autopistas. En una isla relativamente tan pequeña y con la comentada orografía, tampoco caben muchas y grandes autopistas, por lo que las dos que tienen son usadas masivamente y van por donde pueden ir, no hay mucha alternativa. Así, hace unos años, la autopista 1, que va de norte a sur uniendo las principales ciudades era un atasco permanente. La idea que se les ocurrió, fue hacer una carretera paralela elevada de unos 100 km para aliviar un poco el tráfico en esa zona. Esto que se dice fácil, les ha tenido que costar una millonada tal que riete tú de los túneles de la M-30.