Julio. Córdoba. Dos palabras que dentro del ámbito de las decisiones racionales nunca deberían ir unidas, pero que por gajes del destino y muy buenas razones (una boda de amigos muy queridos) el año pasado sí lo estuvieron.
Fue una visita un poco exprés porque la boda no era en la capital, pero nos dio tiempo a hacer un poco de turismo y comer con algún amigo perdido por allí. Una visita a Córdoba no se puede considerar tal si no incluye una visita a la Mezquita de Córdoba, que aunque ya no ejerce como tal, conserva todo el arte musulmán previo a la reconquista intacto (menos en aquella zona donde se ha instalado una iglesia cristiana, claro está).
La visita a la mezquita debe ser seguida por un paseo por la judería con o sin destino. Cuando voy por esos barrios de casas blancas y calles estrechas, me recuerda al barrio de Santa Cruz en Sevilla, con muchas tardes de domingo perdidas por allí, y acabar observando el puente romano que cruza el Guadalquivir.
En este caso, la ruta acabó con una comida basada en salmorejo-fusión (alguno de los salmorejos no tenía ni tomate!) en el Mercado de la Victoria, un mercado reconvertido en lugar de tapas, al estilo del Mercado de San Miguel o de San Antón en Madrid.
A la vuelta de Córdoba y de la boda, antes de llegar a Madrid, nada mejor que parar en las Tablas de Daimiel. Un lugar cientos de veces visto anunciado en la A-3 y en la A-4 y nunca visitado. Probablemente no fuimos en la mejor época (julio) ni por cantidad de agua, ni por cantidad y variedad de aves. Los humedales, formados por el agua del Guadiana, ofrecen cobijo a una gran variedad de fauna a lo largo del año. La visita está cómodamente organizada con diversas rutas que discurren entre los humedales y permiten la observación de las diversas aves que lo habitan.